CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

Atrapados en el espejo

Alejandro Vainer


Dime de qué alardeas
Y te diré de qué careces


El espejo es el paradigma de esta época. Tomó la escena del mundo en el que vivimos. La multiplicación exponencial de narcisismos espejados atraviesa nuestros días y nuestras noches. Las pantallas, esos pequeños espejitos de colores donde miramos y nos miramos, nos consumen horas y horas. Las imágenes evanescentes fluyen en un río olvidable. El mandato es tener que testimoniar la propia vida, donde no alcanza con vivir, sino que tenemos que mostrar aquello que vivimos. Los ejemplos sobran. Investigadores científicos que circulan en redes, donde las citas se vuelven likes para ser vistos y ser tenidos en cuenta. El ocio se volvió un mandato a visibilizar. No alcanza con ir a un recital. Tenemos que sacar una foto con el escenario o filmar partes del show para reenviarlo en tiempo real. Algunos escritores exhiben todo lo que hacen en sus vidas en su literatura… del Yo. Como señala una escritora y filósofa mediática: “pienso en la ropa de entre casa que usaba antes y la que uso ahora, cómo ahora ando linda por mi casa un poco para mí, pero fundamentalmente para sacarme una foto, y que esa sea una forma de estar en el mundo.” Una forma de estar en este mundo, donde si no nos reflejamos no existimos.

A mayor cantidad de tiempo en las pantallas, mayor desvalimiento. Mientras miramos solos estos espejos oscuros, no hay otros

Estamos atrapados en este laberinto de espejos modelo siglo XXI. Desde fines de los 70 se figuran los cambios de la subjetividad con diversos conceptos como la “cultura narcisista”, “la era del vacío”, una “sociedad depresiva”. Son diversas descripciones de cómo el capitalismo tardío fue avanzando en nuestra corposubjetividad. Hoy, los espejos se multiplican. Escribo estas líneas en una pantalla… que también es un espejo oscuro. Creo necesario poder entender los fundamentos de estos fenómenos.

Henri Wallon, hace casi un siglo, fue quien primero describió la llamada “prueba del espejo”, donde el infans, desde los 6 meses, en brazos de su madre (hoy lo llamamos Primer otro, sea cual fuera su género, siguiendo a Enrique Carpintero), muestra la algarabía al verse en el espejo integrado y sostenido por este otro. Jacques Lacan conceptualizó, a partir de este fenómeno, el conocido “estadio del espejo”, fundamento de la formación del Yo a partir de la identificación con dicha imagen ilusoria que funciona como integración de ese cuerpo fragmentado. Habitualmente se subraya lo ilusorio del Yo. Y se deja de lado lo menos visible de este estadio: la función de soporte de ese Primer otro, que da los fundamentos de la constitución del propio espacio-soporte. Podemos conjeturar que la algarabía no sólo es por esta ficción integrada. También por verse con los soportes que nos brinda ese Primer otro. Dicha prueba del espejo dura entre los 6 y 18 meses. En los inicios nos vemos en brazos de ese otro, y hacia el final nos vemos ya con nuestros propios soportes.

El capitalismo tardío avanzó en multiplicar la fragmentación y desubjetivación como forma de dominación. El consumismo evanescente y las altas dosis de espejos funcionan de calmantes temporarios. Ellos nos devuelven una imagen integrada que nos alivia por algunos instantes

Vivimos en una cultura donde se desestiman los soportes de los otros que nos constituyen. El capitalismo tardío avanzó en multiplicar la fragmentación y desubjetivación como forma de dominación. El consumismo evanescente y las altas dosis de espejos funcionan de calmantes temporarios. Ellos nos devuelven una imagen integrada que nos alivia por algunos instantes. Y por eso, tiene que repetirse compulsivamente. Sin ellos, caemos al vacío. Mejor dicho, los espejos son las autopistas al vacío. Una trampa de Narciso, quien luego de verse, cae en la oscuridad.

No es una casualidad que en estos tiempos vivamos una pandemia (silenciosa) de problemáticas de Salud Mental (suicidios, intentos de suicidio, depresiones, angustias). Nuestros dispositivos clásicos no alcanzan. Vivir en una cultura que desestima nuestros otros, nos quita soportes subjetivos e intersubjetivos. Nos entrega a un laberinto de espejos que brinda la ilusión de sostén incorpóreo que se desvanece velozmente.

La imagen se volvió también un mandato superyoico. La prescripción es aparecer y además parecer brillantes, maravillosos y sólidos. Mientras, la desintegración avanza. La imagen reflejada nunca es suficiente para generar soporte. Porque no hay otros, sólo imágenes. A mayor cantidad de tiempo en las pantallas, mayor desvalimiento. Mientras miramos solos estos espejos oscuros, no hay otros. No hace falta constatar en investigaciones que para los niños sumar horas de pantallas aumenta riesgos de suicidio. No hay regocijo de mirar esos espejos. Sólo una droga que necesitamos repetir para huir.

La salida está tan a la vista como la carta robada en el cuento de Poe. A la vista de todos. Como en la prueba del espejo. Allí siempre están los otros que soportan, sostienen y forman aquello que somos. Y que son los fundamentos de nuestra potencia de vivir.

Alejandro Vainer, Psicoanalista